PHILOMENA
Juzgando al culpable
equivocado.
El ser
humano por naturaleza tiende a explorar el mundo y a explorarse a sí mismo, más
con la rigidez de aquellas monjas y la prohibición a vivir su juventud.
Sostenían una crueldad disfrazada de buenas intenciones, pretendiendo una
santidad que le es esquiva al ser humano por la simple razón de que no somos
buenos en esencia.
Una mujer
poderosa; capaz de sobrepasar su propio dolor para conservar las enseñanzas
recibidas durante la juventud, la firmeza con la que esas enseñanzas fueron
instauradas en su ser trascendieron la barrera del tiempo, las heridas y la
crueldad.
Sin
embargo, fue su más duro juez, y en mi concepto, injusto, se condenó por vivir
la naturaleza humana que Dios le otorgó. ¿Contradictorio? Bastante. ¿Por qué
habríamos de reprimir la humanidad que cualquier deidad o el universo nos
brinda, por qué negarnos sí vinimos a este mundo a conocerlo, conocernos?
¿Cómo
defender a los causantes de su mayor desdicha? Puedo ser bastante objetiva
respecto a mi concepto en esta situación a pesar de tener una familia católica
en su totalidad. He pensado siempre, que en la mayoría, aquellos “servidores”
del señor transmiten sus frustraciones a aquellos que dicen proteger, condenan
con sus delirios de Dios, buscando una perfección ajena a la condición humana desde
que Dios decidió crearnos, o acaso él, omnipotente, no sabía que morderíamos la
manzana?
A través de
la historia se han conocido múltiples y terribles sucesos a cerca de esta
iglesia que se atreve a decir que el mundo la necesita para no caer en crisis. En
Francia durante el siglo XVII, en un convento del cual no recuerdo el nombre,
se conoció la escandalosa historia de un padre que físicamente era demasiado
atractivo, así que decidió hacer un pacto con el diablo para poseer sexualmente
a las casi 300 monjas, según cuenta la historia esto fue posible y tan efectivo que tiempo después
bajo el suelo del convento se encontraron muchos fetos, es decir abortos de
aquellas religiosas.
La
perseverancia de Philomena, esa bondad y sencillez de maravillarse con el mundo y sus pequeños detalles, es lo que, en
mi concepto, se debería rescatar de aquella mujer.
Aunque que permitió que su
mente fuera totalmente lavada por una religión, de tal manera que ni siquiera
los malos actos la hicieran dudar de la conveniencia de seguir esta comunidad.
Formaron, a mi modo de pensar un cordero incapaz de cuestionar a quién le negó
el conocimiento de lo “debido” o “indebido”. ¿Será está la obediencia que
quiere la iglesia católica?
Admiro, en
cierta medida la bondad e inocencia de esta mujer, quizá existiría menos odio y
conflictos si fuéramos capaz de perdonarnos y perdonar a quienes nos han
lastimado, pero siempre cuestionaré la decisión de denunciar un acto que va tan
en contra del amor y el perdón, más por la justicia y la prevención de que un
acto tan cruel y bajo se siga cometiendo, es como sí el poder de esta
iglesia tuviera el poder de pasar por
encima del dolor y la fe de sus fieles.
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