sábado, 3 de mayo de 2014

PHILOMENA - Vanessa Marulanda

PHILOMENA
Juzgando al culpable equivocado.



El ser humano por naturaleza tiende a explorar el mundo y a explorarse a sí mismo, más con la rigidez de aquellas monjas y la prohibición a vivir su juventud. Sostenían una crueldad disfrazada de buenas intenciones, pretendiendo una santidad que le es esquiva al ser humano por la simple razón de que no somos buenos en esencia.

Una mujer poderosa; capaz de sobrepasar su propio dolor para conservar las enseñanzas recibidas durante la juventud, la firmeza con la que esas enseñanzas fueron instauradas en su ser trascendieron la barrera del tiempo, las heridas y la crueldad.

Sin embargo, fue su más duro juez, y en mi concepto, injusto, se condenó por vivir la naturaleza humana que Dios le otorgó. ¿Contradictorio? Bastante. ¿Por qué habríamos de reprimir la humanidad que cualquier deidad o el universo nos brinda, por qué negarnos sí vinimos a este mundo a conocerlo, conocernos?

¿Cómo defender a los causantes de su mayor desdicha? Puedo ser bastante objetiva respecto a mi concepto en esta situación a pesar de tener una familia católica en su totalidad. He pensado siempre, que en la mayoría, aquellos “servidores” del señor transmiten sus frustraciones a aquellos que dicen proteger, condenan con sus delirios de Dios, buscando una perfección ajena a la condición humana desde que Dios decidió crearnos, o acaso él, omnipotente, no sabía que morderíamos la manzana?

A través de la historia se han conocido múltiples y terribles sucesos a cerca de esta iglesia que se atreve a decir que el mundo la necesita para no caer en crisis. En Francia durante el siglo XVII, en un convento del cual no recuerdo el nombre, se conoció la escandalosa historia de un padre que físicamente era demasiado atractivo, así que decidió hacer un pacto con el diablo para poseer sexualmente a las casi 300 monjas, según cuenta la historia esto  fue posible y tan efectivo que tiempo después bajo el suelo del convento se encontraron muchos fetos, es decir abortos de aquellas religiosas.

La perseverancia de Philomena, esa bondad y sencillez de maravillarse con el  mundo y sus pequeños detalles, es lo que, en mi concepto, se debería rescatar de aquella mujer.

Aunque que permitió que su mente fuera totalmente lavada por una religión, de tal manera que ni siquiera los malos actos la hicieran dudar de la conveniencia de seguir esta comunidad. Formaron, a mi modo de pensar un cordero incapaz de cuestionar a quién le negó el conocimiento de lo “debido” o “indebido”. ¿Será está la obediencia que quiere la iglesia católica?

Admiro, en cierta medida la bondad e inocencia de esta mujer, quizá existiría menos odio y conflictos si fuéramos capaz de perdonarnos y perdonar a quienes nos han lastimado, pero siempre cuestionaré la decisión de denunciar un acto que va tan en contra del amor y el perdón, más por la justicia y la prevención de que un acto tan cruel y bajo se siga cometiendo, es como sí el poder de esta iglesia  tuviera el poder de pasar por encima del dolor y la fe de sus fieles.

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